HISTORIA

En octubre de 1531 el Párroco, el Beneficiario y el Sacristán de la Parroquia de Santiago fundaban, en Valladolid, la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión. Aunque no conocemos ningún ejemplar de su regla primitiva, distintas referencias documentales y bibliográficas ofrecen datos sobre algunas de las normas que regían la vida de los cofrades en los primeros tiempos. Así, consta que los hermanos de la Sagrada Pasión se obligaban a practicar determinadas obras de misericordia y a participar en una procesión de penitencia.

Fueron varios los ejercicios de caridad que caracterizaron a la cofradía. Debía ocuparse de vestir 13 pobres el Jueves o Viernes Santo; recoger en su hospital pobres enfermos que hallaran por las calles entre noviembre y febrero; llevar a dicho hospital, entre la fiesta de San Miguel y el Domingo de Pascua, los niños abandonados que pasaran las noches en lugares desaconsejables, y acompañar en procesión a los reos que eran conducidos al último suplicio. El pequeño hospital que atendía la hermandad, inicialmente situado en la parroquia de Santiago y más adelante en el templo de la cofradía, desapareció en el primer cuarto del siglo XVII, quedando integrado en el Hospital General de la Resurrección. De todas esas labores, perduró secularmente la tradición de acompañar a los reos en sus últimos momentos y procurarles un entierro cristiano y sufragios por sus almas. Asimismo se encargaba la cofradía del sepelio de los que, por accidente, morían abandonados en el río o en los caminos de la ciudad.

Precisamente la asistencia a los ejecutados era una de las funciones de la Archicofradía de San Juan Bautista Degollado, formada por florentinos residentes en Roma, a la que se agregó en 1576 la hermandad vallisoletana. Como consecuencia de la agregación, la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión participó de las gracias y prerrogativas     otorgadas por la Santa Sede a los florentinos, incluyendo el indulto de un preso. Esta última costumbre, que con el paso del tiempo experimentó alguna modificación, se mantuvo hasta el año 1983. Desde entonces, circunstancias derivadas de la normativa penitenciaria española provocaron su suspensión. La devoción por el Precursor estaba, pues, vinculada a la misión caritativa con los reos. Otro fruto de ese hito histórico fue la realización de un paso procesional de San Juan Bautista Degollado, terminado en 1579 por el escultor Andrés de Rada y el policromador Juan Díez. La cofradía conserva hoy la imagen del Bautista, ya decapitado, sin que sepamos si la escena contaba con más tallas. El patronazgo de San Juan era celebrado solemnemente el 29 de agosto, fecha que tradicionalmente daba cabida a actos de culto y a festejos profanos.

La referencia del Intendente Corregidor vallisoletano en el último tercio del siglo XVIII, Bustamante, así como el relato más detallado –y unas décadas anterior- de Canesi, nos ponen al corriente de cómo desempeñaban tan destacada función caritativa los cofrades en el siglo XVIII, probablemente siguiendo pautas heredadas de tiempos pretéritos.

La procesión de penitencia de la cofradía tenía lugar inicialmente en la madrugada del Viernes Santo y salía del convento de la Trinidad Calzada. Con el transcurso del tiempo llegó a celebrarse el Jueves Santo por la tarde y a salir del templo de la cofradía.

Poco sabemos de los antiguos pasos procesionales de la cofradía. Cabe recordar el relato de Tomé Pinheiro da Veiga, que, concerniente a la Semana Santa de 1605, cita varios pasos teóricamente pertenecientes a la cofradía. Ahora bien, lo confuso de su narración invita a considerar que, probablemente, sólo acertara al referirse a la imagen de la Virgen con Cristo muerto en sus brazos. Se trataría de Nuestra Señora de la Pasión. Centro de una arraigada devoción entre cofrades y vallisoletanos, esta imagen llegó a dar nombre a la cofradía en distintos momentos de su historia. Iconográficamente se trata de una Piedad de pequeño tamaño, con la que ya contaba la cofradía al menos en 1553. En cualquier caso, las investigaciones de Luis Luna, basadas en los libros antiguos de la hermandad, han proporcionado noticias sobre otros pasos de la cofradía, relativas a la segunda mitad del siglo XVI. Así, pueden citarse con seguridad el Ecce Homo, el Azotamiento y Cristo con la Cruz a cuestas, y posiblemente una Soledad de vestir.

Momento de considerable importancia hubo de ser la construcción de la iglesia propia de la cofradía, inaugurada con la correspondiente función litúrgica en 1581. Fue obra de Juan de Mazarredonda y Pedro del Río.

También podemos suponer temprana la construcción de un humilladero que la cofradía tuvo, hasta comienzos del siglo XIX, al otro lado del Puente Mayor. Probablemente allí se veneró la imagen que hoy conocemos como Cristo de las Cinco Llagas, crucificado de tamaño mayor que el natural atribuido a Manuel Álvarez (1548 a 1573). En dicha ermita se recogían los huesos de los descuartizados hasta su inhumación en el convento de San Francisco.

Las directrices de la vida ordinaria en la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión quedaron, pues, establecidas a lo largo del siglo XVI. La historia posterior mantuvo en gran parte esas líneas básicas y, lógicamente, trajo consigo una serie de cambios en el patrimonio artístico de la hermandad. Así, a comienzos del siglo XVII se inició la renovación de los pasos procesionales. En efecto, el primer paso vallisoletano de varias imágenes de tamaño del natural, íntegramente talladas en madera, la Elevación de la Cruz, fue realizado para la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión por Francisco de Rincón (1604). En 1614 se contrató con Gregorio Fernández el paso de Jesús Nazareno. A mediados de siglo se realizaron los pasos del Azotamiento, policromado por Pedro de Antecha en 1650, y el nuevo de Nuestra Señora y San Juan. Bernardo de Rincón, nieto de Francisco, se comprometió en 1656 a esculpir un paso de la Humildad de Cristo, pronto conocido como Cristo del Perdón. Es ésta una de las imágenes más populares del Valladolid del siglo XXI.

Por esas mismas décadas, la cofradía acometía una empresa considerable: la colocación del retablo mayor (1657) y la reedificación de su iglesia (1666-1672). En los trabajos de aquél intervinieron Cristóbal Ruiz de Andino, Alonso y Antonio de Villota, y Francisco Díez de Tudanca. En la obra del templo participaron Felipe Berrojo, Pedro de Ezquerra y Antonio de la Iglesia.

En el siglo XVIII, concretamente en 1705, se produjo la reincorporación de la imagen de Nuestra Señora de la Pasión a las procesiones de penitencia, según recuerda Canesi. Agapito y Revilla hace referencia a las salidas procesionales de la imagen a comienzos del siglo XX. Al mismo siglo XVIII corresponde un lienzo que representa a la Virgen en un trono sostenido por Ángeles, tocada con uno de sus mantos, y su cruz de ébano y plata.

Pero, junto a estos detalles, importantes dificultades en la vida de la cofradía hacen inolvidable la centuria dieciochesca. Concretamente, al margen de otros posibles motivos para explicar los problemas de las cofradías, debe recordarse que el siglo se caracterizó por un innegable intervencionismo de los poderes públicos en algunas de sus costumbres, incluyendo el horario de las procesiones. Esta actuación de la administración pública, prolongada hasta bien entrado el siglo XIX, fue una de las causas que contribuyeron a la decadencia de ésta y de las otras cofradías. Muestra del declinar fue la recogida de imágenes secundarias de los pasos con destino al nuevo Museo Provincial de Bellas Artes.

Tras la entrega, realizada en 1842, al parecer a título de depósito, la cofradía conservó las imágenes principales de sus pasos: Cristo de la Columna, Cristo del Perdón, Cristo del Calvario, Cristo de la Elevación, Jesús con la Cruz a Cestas, así como la Virgen de la Pasión, el San Juan Bautista Degollado y otras obras de arte. Siguió organizando su procesión del Jueves Santo y participando en la que, con cierta discontinuidad, se celebraba el Viernes Santo con carácter general. Poco cambiaron las cosas al     llegar el siglo XX, salvo por la necesidad de abandonar su templo, en estado ruinoso (1926), del que acabó siendo despojada. Las dificultades no bastaron para impedir la continuidad de la cofradía, que mantuvo una actividad ininterrumpida hasta que, al amparo de circunstancias más favorables, ha recuperado buena parte del patrimonio que se había depositado en el Museo Nacional de Escultura y en algunas iglesias a raíz del cierre del templo propio. A pesar de los avatares expresados, la hermandad conserva en nuestros días, además de las imágenes procesionales del siglo XVII, antes mencionadas, otras tallas de los siglos XVI y XVII, así como dos series de lienzos de la segunda mitad del XVII (sobre la vida de San Juan Bautista y la vida de la Virgen) y otras obras de pintura, orfebrería, bordados, documentación histórica desde el siglo XVI, etc.

Hoy, tras haber recorrido las iglesias de San Felipe Neri, el Santuario Nacional y Santa María Magdalena, la cofradía tiene su residencia canónica en el templo del Real Monasterio de San Quirce y Santa Julita desde 1993. Esta iglesia de religiosas cistercienses -que hoy mantiene abierta al culto la hermandad- recibió en su dilatada historia mercedes de distintos monarcas castellanos: don Enrique I, don Enrique II, doña María de Molina. Tampoco le faltaron las atenciones de la Casa de Habsburgo: don Carlos I, don Felipe II, don Felipe III y doña Margarita de Austria.

Las actividades de la cofradía hoy son las que desarrolló a lo largo de siglos de historia, obviamente adaptadas a los nuevos tiempos. Colocada al amparo de la Virgen de la Pasión, a la que dedica las celebraciones solemnes del 15 de septiembre y los cultos del mes de octubre, y de San Juan Bautista Degollado -honrado especialmente el 29 de agosto-, ha unido a estos patrocinios el del Beato Rafael Arnaiz, monje trapense del monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia), incorporado institucionalmente a las devociones de la cofradía el 16 de diciembre de 2000. Su fiesta se celebra el 26 de abril. Con este motivo, la Orden del Císter ha obsequiado a la cofradía con una reliquia de su copatrono.

Además de los cultos eucarísticos dominicales y las fiestas de precepto, tienen especial relevancia los Divinos Oficios de Jueves     y Viernes Santo, la Vigilia Pascual, y la Misa en sufragio por los cofrades difuntos durante el mes de noviembre. Asimismo son jalones notorios en el año los cultos cuaresmales: Quinario y Besapié al Santísimo Cristo del Perdón (cita habitual para numerosos vallisoletanos), Triduo al Santo Cristo de las Cinco Llagas y Triduo a Nuestro Padre Jesús Flagelado.

Las procesiones organizadas en Semana Santa por la cofradía son dos: El Ejercicio Público de las Cinco Llagas (Sábado de Pasión) y la de Oración y Sacrificio (Jueves Santo). En la primera, los cofrades, portando a hombros su imagen, ya mencionada, del Cristo de las Cinco Llagas, hacen otras tantas estaciones ante sendos conventos de clausura de la ciudad, en las que, en compañía de religiosas y fieles, piden por las vocaciones en la Iglesia. En la segunda llevan a la catedral, también en andas, las imágenes, también citadas, de Nuestro Padre Jesús Flagelado y el Santísimo Cristo del Perdón. Allí los hermanos de la Sagrada Pasión cubren una estación ante el Santísimo Sacramento, reservado en el Monumento, durante la cual oran por las personas privadas de libertad, en recuerdo de las obras de misericordia que antaño practicaba la cofradía.

Por fin, en nuestros días, uno de los cometidos de la cofradía sigue siendo la práctica de la caridad con todos, especialmente con los más necesitados. Para ello colabora, durante todo el año, con distintas instituciones católicas mediante donativos, campañas de recogida de alimentos, ropa, juguetes, medicinas… Esta cooperación se destina a las más variadas latitudes, según las circunstancias y las necesidades: Valladolid, Ruanda, Etiopía, Guatemala, El Salvador, Argentina… Singular importancia para la cofradía tiene su ayuda a las misiones que el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas (La Trapa) mantiene en Angola. Éstos son, sin duda, los resultados más tangibles de la defensa y actualización de una trayectoria espiritual, social y cultural varias veces centenaria.

 

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